23.2.12

TÉCNICA DE MASTICACIÓN DE CHICLE


Lo esencial, al encarar la correcta masticación de un chicle, es  distinguir dos etapas o fases bien definidas:
  • la fase (1) inicial, de dulzor o azuquita
  • la fase (2) siguiente, de globos y malabares
Gran parte de la confusión reinante en el arte de masticar chicle proviene de no percibir esa diferencia.
En la fase (1), inicial, el chicle rebosa sabor y dulzor por su gran cantidad inicial de azúcar y esencias. Esa etapa o fase dura un tiempo y no puede prolongarse.
Llegados al fin de la fase (1) solemos sufrir porque se termina el dulce y el gusto. Si el chicle no tenía capacidad de globo este es el momento de tirarlo o de cambiarlo. Pero si esto produce mucho malestar y se repite demasiado a menudo, es necesario reflexionar acerca de un cambio: reemplazar los chicles por caramelos. Claro que para tomar esta decisión hace falta reconocer el verdadero deseo. Si quiero, por sobre todo, dulce y sabor, es hora de cambiar a caramelo. Si el gusto y dulzor pueden mermar sin tanta pena, es posible continuar con chicles.


Pero aquí comienza la segunda fase y hay que saber reconocerla para disfrutar de sus particularidades.
Lo característico de esta fase es el arte de masticar con dientes, lengua y cachetes (o carrillos) y hasta con labios. Casi infinitas son las posibilidades de esta etapa, pero solo pueden aprovecharse si se renuncia a las mieles de la etapa anterior.


Aquí uno puede estirar, con la lengua y el paladar, el chicle. Luego hacer rollos que hasta pueden enrollarse sobre sí mismos, cortarlos en trozos grandes o pequeñísimos usando los dientes, o pasearlos entre los labios percibiendo cambios importantes como la parte caliente en el interior de la boca y el chicle frío afuera.


En cuanto a los chicles con capacidad de globeo (así la llamaría un verdadero profesional de la tecnología) se abre un mundo de oportunidades, puesto que la consistencia, maleabilidad y ductilidad de la goma permiten virtualmente hacerlo todo. Desde globos -internos o externos, claro que los primeros limitados en tamaño- hasta hilos desafiantemente largos y delgados. Es conveniente humedecer los dedos, partícipes necesarios en diversas maniobras de esta etapa, para evitar el fastidioso pegoteo de goma con su eventual consecuencia de merma en la cantidad de chicle y, lo peor, los esfuerzos por quitar restos de goma de los mismos dedos, cara o -horror- pelo o ropa. Basta usar saliva, no es imprescindible otro líquido, pero esta decisión es libre y no afecta la calidad de la experiencia, solo la complica. Mojar los dedos en la canilla o en un vaso con agua para hacer un piolín es excesivo y denota una tendencia al profesionalismo que resulta inapropiada para el sentido real del uso del chicle, que es el juego y el placer.


De los globos puede escribirse un grueso tratado pero nadie lo leería, de modo que basta con decir que son la esencia de la segunda fase. Todos los que probaron esta deliciosa posibilidad que da el chicle -el chicle apropiado, claro, no cualquiera- saben que no les hace falta ni dulce ni sabor para volar en alas de la imaginación neumática capaz de crear infinidad de globos y de romperlos con otros tantos variados sonidos y efectos; los más osados llegan a explotarlos en sus caras -bigotes y barbas pueden ser inconvenientes, pero no para los verdaderos entusiastas- tomarlos entre los dedos, convertirlos en hilos y todas las combinaciones de amasamiento y vuelta al globeo.


Claro, todo el tiempo está la opción del descanso de toda esa creatividad simplemente con masticar en diferentes ritmos, intensidades y lugares de la boca.


Cualquier analogía  con otras cosas de la vida, como la pareja, el trabajo o un proyecto cualquiera, puede ser un exceso de interpretación, un estirar como chicle el razonamiento.


Pero, en cuestión de chicle, lo esencial es el jugar y el placer, de modo que no suena mal esa tercera fase de aprendizaje y enseñanza del chicle aplicadas a la vida.


Cordialmente,
febrero 2012

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