18.11.08

DE HEMBRAS Y DE NACIMIENTOS

por Claudia Barreyro


… por primera vez en la historia de la humanidad, la mayoría de las mujeres tienen sus bebés sin liberar una gran cantidad de hormonas …
Michel Odent - El granjero y el obstetra


La Argentina no es una excepción. La realidad obstétrica de nuestro país es que las mujeres, en el momento de parir, se ven expuestas a una serie de intervenciones y maniobras cuyo objetivo aparente es el de asistir y colaborar en su trabajo de parto. La formación de obstetras y parteras se basa en la premisa encubierta de que el parto de la hembra humana necesita ser guiado, asistido y tratado como cualquier otra situación patológica de la vida en donde tiene intervención necesaria la medicina.

Esta situación, como cualquier concepción acerca del hombre, responde a un paradigma cultural, a una ideología de base que sirve como la lente a través de la cual se observan los fenómenos. Todos los hechos humanos están impregnados por esa ideología, de la cual no siempre tenemos conciencia.

En estos tiempos, existe una ideología de progreso por el desarrollo de la alta tecnología y el flujo de información. Como descripción general podría decirse que impera la dominación del hombre sobre la naturaleza, la idea de que la mente racional es superior al cuerpo y al mundo emocional y espiritual. La ciencia no escapa a estas ideas.

La muerte es vivida como fracaso. El nacimiento y la muerte, como dos puntas representativas del camino humano, han perdido su dignidad y su cualidad de pasaje y transformación.

El paradigma de la ciencia actual tiene que ver con una visión del hombre como máquina (defectuosa, para el paradigma tecnocrático), y en particular, en cuanto a la gestación y el nacimiento, en una visión de un proceso peligroso, riesgoso, que requiere de toda la parafernalia tecnológica que nos brindan los adelantos científicos. Como consecuencia de esta visión, una mujer embarazada que pasa a quedar en manos de la ciencia, será estudiada y controlada minuciosamente, atentos a cualquier posible desviación.

Esta visión del proceso de gestación como una bomba que puede explotar, de la mujer como ser pasivo (de allí----paciente) al que se debe guiar, y del bebé recién nacido como un ser carente de psiquismo y emocionalidad, nos llevan a la situación tan conocida por cualquier mujer que ha tenido hijos:

  • el parto transcurre en una institución creada para atender enfermedades;
  • los médicos y parteras, formados de esta manera, no tienen formación en observar (sin intervenir) un proceso de parto fisiológico;
  • y, lo más grave, las mujeres perdieron la conexión con sus saberes y capacidades femeninas esenciales.
La organización mundial de la salud (OMS), bajo el lema: “el nacimiento no es una enfermedad”, elaboró una serie de recomendaciones para la atención de la mujer y del bebé, que son sistemáticamente ignoradas y violadas en todos los nacimientos que se realizan en las instituciones públicas y privadas.

Recientemente se sancionó en Argentina una ley nacional (Ley Nacional de Derechos en el Nacimiento , Nº 25.929, sancionada el 25 de Agosto de 2004) en la que, por primera vez se explicitan los derechos de las mujeres, los hombres y los bebés en el momento del nacimiento. Esta ley, que al ser creada delata la ausencia de respeto y cumplimiento de estos derechos, debería ya estar traeyendo como consecuencia la necesidad de modificar las conductas obstétricas. Sin embargo, este proceso no aparece, y aparenta que será llevado a cabo muy lentamente y con mucha resistencia, en el mejor de los casos.

La Humanidad

Si tomamos como punto de partida para las reflexiones nuestra propia existencia, es fácil comprender que el estado actual de cosas llame poco la atención. Casi todos hemos nacido de esta manera, al igual que nuestros padres y nuestros hijos. Por este motivo es difícil vislumbrar la gravedad de estas cuestiones.

Pero si intentamos tener una mirada mucho más abarcativa, del pasado más remoto y del futuro, comprenderemos lo absurdo de toda la situación. La humanidad tiene millones de años de historia. Los seres humanos han nacido sin asistencia médica por infinitamente más tiempo que con control médico. Somos tan pequeños en la historia de la humanidad, y a la vez tan soberbios… Estamos concentrados en nuestras vidas individuales, en nuestros pequeños mundos, en nuestros paradigmas momentáneos, en un tiempo que no es más que un segundo, un pestañeo, en la historia de la Humanidad!!!

La especie humana forma parte de una clasificación más general, que es la de los mamíferos. Como tales estamos dotados de la capacidad de gestar, parir y amamantar a nuestras crías, al igual que el resto de las especies mamíferas. Es ridículo imaginar que nuestra dotación viene fallada y que requiere de algún tipo de asistencia que la complete o la modifique.

Siguiendo esta línea de pensamiento, el parto de la hembra humana está completamente desvirtuado. Las mujeres que se acercan al momento de parir se entregan sumisamente al saber médico. Una serie de maniobras se suceden en tiempos muy cortos. Tantos procedimientos médicos, que solamente en un porcentaje bajo de casos resulta verdaderamente necesario, y que se han rutinizado, logran el efecto nocivo de la iatrogenia.

Lo que se hace para ayudar (léase acelerar, simplemente por desvalorizar el fenómeno fisiológico) tiene, en general, consecuencias catastróficas. Desde el no respetar los tiempos, pasando por las posiciones antinaturales y la inmovilidad, el suministro de productos químicos (hormonas sintéticas y anestésicos), el aislamiento de la mujer de sus afectos, el poco respeto por la intimidad necesaria, los excesos de todo tipo -luces, sonidos, comentarios inoportunos- la poca capacidad de empatía, de respeto, de cuidado…; todo forma parte de la puesta en escena del momento del parto.

Pero todo aquel que está familiarizado con la evolución de las especies sabe que las funciones biológicas que no son desplegadas, o las partes de la anatomía que no se utilizan, a la larga tienden a desaparecer o atrofiarse.

Preservación del orden natural

Por todo lo mencionado surge una inquietud que tiene alcances insospechados. Existe un aspecto natural en los humanos que está cada vez siendo menos puesto en funcionamiento.

Tiene varias aproximaciones posibles. Desde la perspectiva fisiológica se sabe que en el momento del parto, la mujer pone en funcionamiento una parte del cerebro, que es el más primitivo, aquel que la empareja con el resto de los mamíferos. Se relaciona, en general, con actos involuntarios. Esa parte del cerebro, que funciona a la manera de una glándula, provoca la secreción de una serie de hormonas, cada una de las cuales tiene su función específica, y su momento de aparición en todo el proceso del parto.

Cualquier estímulo que despierte otra parte del cerebro que se llama neocortex, tiene como consecuencia un bloqueo del proceso. El neocortex es aquella parte del cerebro más desarrollada en los humanos, que tiene relación con las actividades más específicamente humanas como son el pensamiento, el habla, la voluntad, etc.

Parte de las funciones de estas hormonas que deben aparecer, además del normal desarrollo del proceso del parto, es la de facilitar un primer momento de unión entre la madre y el bebé en un nivel muy primitivo (vínculo y apego)

Unión que tiene que ver con la impronta de la dependencia y la disponibilidad materna para cumplir las funciones principales de la crianza. Al bebé también se le produce un movimiento hormonal sintonizado con el de su madre.

La gran mayoría de las intervenciones obstétricas operan de manera de entorpecer y hasta bloquear ese natural fluir de las hormonas intervinientes. Ya sea por estimulación directa del neocortex o por suministro de sustancias que alteran completamente el equilibrio hormonal.

Cabe preguntarse cómo va a evolucionar esta falta de “puesta en marcha”? ¿En qué clase de seres estamos en vías de convertirnos?

Sin duda en alguna clase que prescinde de la función fisiológica y la reemplaza por una función científicamente diseñada y dependiente de la asistencia externa.

En algún lugar del mundo

Esta realidad obstétrica, si bien es bastante generalizada, cuenta con algunas excepciones. Podría pensarse que estas excepciones tienen lugar en países donde el proceso no se altera por falta de recursos tecnológicos. Sin embargo no es así.

La OMS explicita que no existe justificación para que en ninguna región geográfica haya más de entre un 10 a un 15 % de cesáreas. En la Argentina los porcentajes pueden oscilar entre el 20, 30, 40 y hasta 50%. Y no hay grandes diferencias en cuanto a atención pública y privada.

En Holanda, por ejemplo, los índices de cesáreas rondan el 11%. Holanda es un país donde hay por lo menos un 30% de mujeres que tienen sus partos en sus casas. Y también es un país, al igual que algunos otros, que cuenta con casas de nacimientos. Son países en los que las parteras, por ejemplo, tienen mucha más autonomía, siendo las encargadas de la atención de todos los partos normales. Los obstetras solamente están para las pocas situaciones de patología.

Es interesante saber que se trata de países muy desarrollados, y no países donde las mujeres paren libradas a la buena de Dios.

En estos países, cualquier elección de parto de este tipo está contemplada dentro del sistema de salud. No son elecciones mal vistas, ni condenadas, sino que cuentan con toda la protección necesaria para que lleguen a buen término.

Cabe preguntarse: ¿en qué radica la diferencia? ¿Son acaso mujeres diferentes? ¿La diferencia es anatómica, es fisiológica, genética… o cultural?

En Argentina

En nuestro país, desde hace muchos años existen obstetras y parteras que trabajan de una manera diferente. Se trata de profesionales que han sido sistemáticamente juzgados, desvalorizados y maltratados por el sistema médico. Algunos de ellos hoy en día tienen el acceso negado en ciertas clínicas privadas de mucho renombre. La razón es que sus métodos de atención a las parturientas no se ajustan a los protocolos de dichas instituciones, donde todo está reglamentado y los procedimientos se aplican en todos los casos siguiendo las mismas rutinas. Un ejemplo de estos métodos demonizados es permitir a la mujer deambular libremente, no acostarla en una camilla, no romperle las membranas ni suministrarle oxitocina, no abrirle una vía de rutina, o realizar monitoreo fetal intraparto (aunque sí lo realicen en forma intermitente con un aparato menos invasivo y limitante del movimiento), no apurarle sus tiempos naturales, no tratarla como una inválida o un ser débil y pasivo, sino con el respeto y la admiración que provoca el conocimiento del maravilloso proceso del parto cuando se lo deja transcurrir según las leyes naturales.

Estos obstetras y parteras tienen un desarrollo profesional lleno de obstáculos y sin embargo, son los que verdaderamente están cumpliendo una función de preservación y respeto por la naturaleza femenina de ser la que gesta, pare y cría a los bebés que están naciendo día a día; los verdaderos defensores de la fisiología y los guardianes del poder femenino. No se trata de profesionales que ponen en peligro la vida de las mujeres y los niños, no se trata de que desconocen la medicina, ni que la desprecian; sino que, conociendo la verdadera fisiología del parto, la valoran, defendiendo el bienestar y el disfrute de la capacidad esencialmente femenina de traer al mundo un nuevo ser. No se trata de desconocimiento, se trata de elegir un modo de desarrollar su profesión sin violentar a nadie.

En Argentina, si una mujer elige parir acompañada de uno de estos profesionales, en general va a necesitar recursos económicos para poder hacerlo. Y en muchos casos va a elegir parir en su propia casa, para asegurarse de que no habrá sorpresas impuestas por el funcionamiento del sistema.

En el sistema de salud pública, con honrosas excepciones, la mujer está a merced del equipo médico que le toque en suerte. No tiene posibilidad de elegir, y por lo tanto, de expresar sus deseos.

En el sistema privado, la dependencia de la medicina prepaga opera como el factor privilegiado que pervierte la atención. Porque asistir un parto respetando tiempos naturales implica una entrega y un tiempo que la mayoría de los obstetras no tiene. O, si lo tienen, no les es remunerado. Todos los obstetras cobran lo mismo por un parto, ya sea que se haya realizado en 25 horas o en 25 minutos. Para poder vivir dignamente de su profesión, un obstetra necesita asistir muchos partos por mes. La ecuación económica no deja alternativas.

Para atender partos de una manera natural y fisiológica, los profesionales tienen que cobrarlos, o vivir de alguna otra actividad alternativa. Esta es la trampa perversa del sistema.

La naturaleza

Esta situación no es inocente, ni intrascendente, ni inofensiva. La misma falta de respeto por la naturaleza y por sus ritmos, la sistemática violación de sus procesos y el sometimiento a los designios del sistema médico que se rige por una hipervaloración de la tecnología y el conocimiento científico, no es más que una parte de lo que ocurre a nivel planetario.

Los ritmos naturales, los recursos de la Tierra y muchísimas especies animales y vegetales, son violentados todos los días desde hace siglos, con las consecuencias catastróficas que derivan de la alteración del equilibrio.

La especie humana está naciendo en condiciones antinaturales desde hace ya un largo tiempo. Este hecho es ignorado o se le resta importancia, así como, en general, no hay una verdadera conciencia ecológica. Las consecuencias son inciertas, pero ya existe una gran preocupación en algunos grupos de personas.

Una opción diferente


Qué pasaría si se ofreciera a la parturienta otro escenario? Un lugar para parir que recuerde al propio hogar, ambientado para facilitar que logre una sensación de intimidad. Sin guardapolvos blancos, ni personal listo para dar instrucciones, cumplir con protocolos, perturbar, molestar, interrumpir. Un lugar para la vida y para la salud.

Que la mujer pudiera elegir aquellos rincones que la hagan sentir más cómoda y segura, sin apuros, ni imposiciones, acompañada con respeto, contención y alegría y cuidada sin molestias innecesarias.

Que cuando llegue el momento del parto pudiera elegir, entre algunas opciones, en qué lugar quiere que su bebé llegue a este mundo, de acuerdo a su gusto personal y el de su pareja. Pudiendo hacerlo en una habitación con poca iluminación, con sonidos suaves, en el agua o en la tierra; y pariendo en la posición que elija, en cuclillas, de pie, en cuatro patas, o incluso recostada si lo prefiere. Que pudiera emitir todos los sonidos que desee, con la absoluta tranquilidad de que no es observada ni juzgada. Que pudiera tomarse el tiempo que necesita y también cantar, bailar, llorar, reír, y hacer todo aquello que desea. Y que pudiera recibir al bebé en sus brazos en el mismo momento en que nace, amamantarlo cuando lo desee y sentir que ambos están siendo cuidados y protegidos con respeto y discreción. Donde pudiera estar segura de que no se cortará el cordón umbilical hasta que deje de latir, que no se harán maniobras invasivas y violentas sin razón.

Que fuera un lugar donde se privilegia el proceso, ese recorrido que deben hacer una mujer y un hombre para el encuentro con su bebé real. Ese camino que es físico, emocional, mental y espiritual; que tiene un tiempo necesario que no debería ser alterado jamás.

¿Cuál sería el beneficio? ¿Cuál es la diferencia?

Esa libertad y el entorno facilitador permitirían que la mujer pueda entrar en contacto con las fuerzas naturales que la habitan, pueda poner en reposo su intelecto y permitir que entre en funcionamiento su cerebro más primitivo, que pueda poner a prueba su propio cuerpo, ir sintiendo cómo se transforma, percibir las distintas etapas del parto, reconocerse en su capacidad femenina .

No se trata de tener un espíritu naif y romántico, ingenuo e infantil. Muy por el contrario, se trata de recuperar uno de los aspectos más primarios (aquello que está primero), poderosos y logrados de la energía femenina para que, como consecuencia, los nuevos seres humanos que vayan poblando el planeta, sean recibidos de un modo mucho más amoroso y cuidadoso, menos “hacedor” de violencia, y que puedan ser sostenidos y criados, con una fuerza más firme, segura y protectora, aquella fuerza que nazca de mujeres y hombres más conectados con el amor, con el sentimiento y con el instinto.

Hace falta un cambio

Los obstetras que trabajan en la humanización del parto y el nacimiento tienen mejores índices generales, pero son ignorados. En otros países se ha demostrado con evidencia basada en investigaciones y observaciones, que muchas de las intervenciones obstétricas son generadoras de patología. Por ejemplo, se sabe que el monitores fetal intraparto, lejos de evitar problemas, aumenta el número de cesáreas. El problema es que cuando existe la tecnología y las drogas, hay que intentar usarlas en todos los casos.

Es necesario formar profesionales conocedores de la fisiología del embarazo y parto naturales, cuidados pero no intervenidos. Los profesionales que se forman en las actuales entidades académicas, no han presenciado jamás un parto fisiológico. Todo lo que se enseña tiene que ver con intervenir el proceso natural.

Cosas de mujeres

Desde que existe la Humanidad el embarazo, el parto y la crianza fueron cosas de mujeres. El origen de la asistencia a los partos se remonta a la historia de la partería, donde era otra mujer más experimentada la que acompañaba y asistía a la parturienta (la comadrona, la mujer sabia, la bruja de la tribu, la madre, la tía u otra figura familiar). Pero en algún momento de la historia algo sucedió, y las cosas se desvirtuaron.

Hoy las mujeres hemos encontrado muchos caminos que antes no se nos presentaban como posibles, nos hemos puesto a prueba y salido airosas en más de un sentido. Pero también nos hemos olvidado de quienes somos, de cuál es nuestro territorio primordial. Ya no se trata de que nos hayan o nos estén arrebatando lo que es nuestro… porque ya no recordamos que es nuestro. Hemos dejado que esto suceda porque nos hemos alejado de nuestro centro.

Lo cierto es que la mayoría de las mujeres no están reclamando en masa que se les devuelva este escenario, que se respete sus deseos, que se les permita parir a su manera. Se ha perdido la conexión y por lo tanto no surge una inquietud y una conciencia de que algo anda mal. En muchos casos son las propias mujeres las que piden que se les practique una cesárea porque no quieren “sufrir”, porque tienen “pánico” a atravesar este increíble proceso… tal vez porque en realidad las mujeres de hoy no se conocen .

Contarnos otro cuento

Una mujer que ha parido de otra manera, volviendo a encontrarse y reconocerse en su capacidad femenina, tendrá otra historia que contarle a sus hijas mujeres. Podrá, tal vez, empezar a recordar que hubo un tiempo en que las mujeres bailaban la danza de la vida y eran las guardianas de los grandes misterios, por ser las portadoras, en sus propios cuerpos y en sus propias almas, del misterio de la creación. Tal vez podrá contarles de la enorme entrega que conlleva el momento del parto, pero entrega que no tiene nada que ver con un guía exterior sino con su propia guía interior, con la fuente de la cual emana toda la sabiduría femenina ancestral. Hablará de dejarse poseer por las corrientes más profundas y primitivas de la esencia de todas las mujeres, con todos sus misterios y con todo su poder… y dejarse llevar.

Quizás también pueda mostrarles cuán inmensamente sexual es el acto de parir, plagado de ritmos, de hormonas, de olores, de sensaciones, de descubrimiento, de intimidad, de piel, de contacto, de intensidad que va in crescendo, de placer y gozo. Le hablará de un territorio, desconocido y olvidado, lleno de riqueza y fertilidad que ofrece, al visitarlo, algo parecido a la sanación espiritual.

Y luego ellas mismas serán poseedoras del saber, que transmitirán a otras mujeres.

La coyuntura

En el mundo, lentamente, se está consolidando un movimiento, generalmente alineado bajo el nombre de “Humanización del nacimiento”, que está creciendo en fortaleza a causa de la intercomunicación.

La OMS, basándose en evidencia científica y en un conocimiento a nivel mundial, sigue sosteniendo sus recomendaciones.

En Argentina, por primera vez, se logró crear la Red Argentina para la Humanización del parto y el nacimiento (que es un desprendimiento de la Red latinoamericana y del Caribe), la cual lleva más de dos años de funcionamiento y va organizando a todos aquellos que adhieren a esta ideología y modo de trabajar, en las distintas provincias de la Argentina.

Se acaba de sancionar una ley Nacional, con lineamientos generales acerca de los derechos de las mujeres y las familias que, si bien tardará mucho en estar consolidada y puesta en práctica, es un recurso indispensable para defender las posturas y los argumentos. Y porque esta ley ampara a la mayoría de las mujeres que paren en nuestro país, que son las que lo hacen en hospitales públicos y no tenían derecho, por ejemplo, a estar acompañadas por alguien de sus afectos hasta hoy.

Lentamente van siendo publicados libros escritos por nuestros obstetras, parteras, psicólogas y otras personas que ofrecen toda su experiencia y conocimientos.

La esperanza

Hasta tanto no cambie toda la realidad obstétrica y la conciencia femenina , seguirán siendo pocas las mujeres que intenten hacer este camino.

El camino al cambio no tiene una dirección única: puede llegar de una búsqueda interior que impulse a una mujer a buscar afuera a aquellos que piensen y trabajen así, con respeto por el proceso fisiológico y emocional; o puede ser que de a poco, en base a cambios de paradigmas culturales y a una mayor difusión de las experiencias y de la evidencia científica, cada vez más mujeres se vayan convenciendo de que se puede parir y nacer de otra manera.

Hasta que no se logre un cambio general, que toque a la formación académica de los profesionales y a sus primeras prácticas de formación profesional, seguirán siendo pocos los profesionales con los que contar.

Mejorar la manera de parir y de nacer tiene relación con aspectos vitales de la vida humana, que afectan en forma directa el destino de la Humanidad. Y el cambio gradual en la conciencia colectiva afectará, en forma menos visible, también el equilibrio ecológico.

Porque: “para cambiar el mundo, es preciso cambiar la forma de nacer” (Michel Odent).

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